Hace poco mi mujer y yo vendimos el piso. Agentes inmobiliarios lo evaluaron y lo pusimos a la venta. Todos los días venían a verlo parejas y familias mientras nosotros salíamos a dar una vuelta. Hubo quien volvió a venir por segunda vez y, finalmente, hubo una oferta. El único problema era que esta era muy inferior a lo que pedíamos. Inferior a lo que nos habría gustado. Como es lógico, nos desilusionamos; queríamos más. Estuvimos a punto de decir que no, porque no la oferta no era suficiente. ¿O sí?
Cuando me empecé a sentir desmotivado y frustrado, decidí analizar mis pensamientos y me di cuenta de que había basado la gestión y la comprensión de todo el proceso solo en información subjetiva, la primera que me dieron. Si usamos el término en ciencias del comportamiento, había caído en el sesgo del anclaje, que es la tendencia que lo que vemos en primer lugar hace que juzguemos todo lo que vemos con la lente de esa primera información. Por ejemplo, quizás te has dado cuenta de que hay empresas que te muestran un producto carísimo y luego uno «barato». Esto es solo para que pienses que el segundo es barato en comparación con el primero. Si nunca hubieses visto el primero, pensarías que el segundo también es caro. Y esto fue lo que me pasó…
Los agentes inmobiliarios evaluaron el piso, así que en mi mente la casa valía eso. Y era mucho. Y entonces, cuando nos hicieron la oferta, nos pareció muy poco. ¿Pero eso realmente importa? Por lo tanto, después de haber entendido que mi desilusión estaba basada en lo que habían determinado los agentes inmobiliarios, cuyo incentivo es sobrevalorar el piso para que me quedara con ellos y no entrar en una competición, me relajé. Y entonces lo reconsideramos y nos preguntamos qué era lo verdaderamente importante.
Así pues, solo había un par de cosas que nos importaban: 1) mudarnos a una casa adecuada para nosotros y donde nos sintiéramos cómodos en el futuro; 2) vivir una vida que nos pudiéramos permitir sin presión extra. Cuando pasamos la oferta por el filtro de estos dos puntos, la respuesta fue fácil: sí.
Es tentador pensar que somos «homo-economicus», que compramos de manera racional y, en concreto, que, cuando compramos lo más grande, somos aún más racionales. Pero la verdad es que, como era de esperar, actuamos de forma irracional. Todos. Quizás todavía más si son compras emocionales, y ¿qué es lo más emocional que se puede comprar? Probablemente, una casa para ti y tu familia está en lo más alto de la lista. Creo que aprender a alimentar la humildad cuando se trata de cómo tomamos decisiones personales es un aprendizaje maravilloso. Y no solo podemos tomar mejores decisiones, sino que podemos crecer como personas. Puede cambiar las lentes a través de las que vemos el mundo y liberar parte de nuestro mecanismo mental atrofiado.
Y, en nuestro caso, puede que si no nos hubiésemos parado a desmontar nuestras taras mentales, hubiésemos rechazado la oportunidad de mudarnos a una casa nueva preciosa. Así pues, doy gracias por ser suficientemente racional para saber que soy irracional.
Sin embargo, también somos buenos en razonar lo que hacemos a posteriori para sentirnos bien por ello. Así que… quizás, después de todo, aún soy irracional sobre mi irracionalidad…